Vuelvo a escribir estas líneas en castellano porque, una vez más, quiero demostrar que aprecio este idioma y que la falacia más grande que gran parte del unionismo está profiriendo desde hace tiempo respecto a la lengua, es una clara manifestación en contra de la cohesión social que existe en Catalunya gracias al modelo de Inmersión Lingüística; un modelo que, por mucho que intenten hacer ver lo contrario, ha sido un sistema de éxito y aceptado por la inmensa mayoría de la sociedad catalana, y que los notables niveles académicos del idioma español en esta tierra son fácilmente constatables. Decir que el castellano está perseguido en Catalunya es sencillamente una falsedad como un templo, mentira que por cierto está llegando a calar en el resto de pueblos de España.

Y esta denuncia la proclama alguien que está harto de esta cantinela, que se ha criado en un barrio periférico de Barcelona bajo la dictadura del «hábleme en cristiano» y que, como la mayor parte de los catalanoparlantes, siempre hemos sido escrupulosamente cuidadosos con los castellanohablantes, interponiendo siempre la lengua de Cervantes en cualquier conversación coloquial. Quizás este ha sido nuestro gran error, o no, tampoco lo puedo aseverar.

Lo que si es una evidencia, la cual puedo afirmar con rotundidad, es que en la periferia de las grandes ciudades de Catalunya, sobre todo de Barcelona, la lengua castellana sigue siendo de manera apabullante la lengua mayoritaria. Cualquiera que tenga dudas y quiera hacer la comprobación, le invito a que se de una vuelta por los bares y patios de colegios de todo ese entorno periférico. También les conmino a visitar bares, tiendas y organismos de las poblaciones  del interior o norte de Catalunya y se dirijan a sus responsables y dependientes en castellano para constatar el tipo de reacción que dispensan.
Volver a poner sobre la mesa el problema de la lengua, más allá de tratar de recoser heridas y buscar la cohesión entre catalanes, es hurgar en una llaga muy dolorosa, manipular la realidad con fines partidistas y alimentar la fractura social.

Jordi Terris 26-02-2018

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