Escribo estas líneas en castellano ya que, por suerte, nunca he sufrido de hispanofobia, ni de castellanofobia, ni de cualquier sentimiento que se asemeje. Tampoco ahora, después de todo lo que está ocurriendo en Catalunya, me embargan sensaciones de odio hacia nada que rezuma a aromas de españolidad.

Porque se puede ser independentista, sostener el ideal de pretender disponer de un Estado propio y seguir apreciando a los españoles, sus costumbres, su idioma, sus paisajes y sus folklores. Y en este sentido estoy convencido que coincide una gran mayoría de independentistas.

Sin embargo, la animadversión hacia todo aquello que olisquea a catalán, queda sintetizado en el imaginativo mapa que describe una “idílica” región enclavada en el litoral tarraco-barcelonés e ilustrado con el slogan: “Tabarnia is not Catalonia”. Se trata de ese colectivo del “a por ellos”, de los cuales, una gran parte de los mismos, desgraciadamente está instalado en la propia Catalunya desde hace tiempo y que nunca se había atrevido a descubrir sus sentimientos. Es ese grupo de ciudadanos que, a pesar de llevar toda o casi toda una vida en nuestro país, no ha sentido aprecio ni por la cultura, ni por la lengua, ni por las costumbres, historia e idiosincrasia de los catalanes.

Es muy triste ser tan tajante pero llega un momento que los hechos y las actitudes te transportan a la cruda realidad, corroborado por este invento de Tabarnia y el mensaje continuo de todos aquellos que han salido del armario a partir del 1 de octubre. Un colectivo representado por determinados políticos que demuestran con sus discursos día tras día esa animadversión y que no están dispuestos a aceptar bajo ningún concepto la voluntad democrática que pueda llegar a expresar en referéndum la mayoría de ciudadanos de Catalunya y que sí estarían dispuestos a ejercer si se tratara de separar Tabarnia de Catalunya. Extraña paradoja.

Jordi Terris 25-01-2018

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